La película suiza Der Spatz im Kamin (Ramon Zürcher, 2024) consagró lo que fue la edición número 20 del Festival de Cine Independiente Festifreak, celebrado en la ciudad de La Plata. Desafortunadamente, solo tuve oportunidad para ir dos veces a esta edición, como siempre gratuita; de la primera ya publiqué una reseña. Sin embargo, esta última le hace todo el honor al nombre del festival y me atrevería a decir que valió por varias idas al cine.
Los resultados de búsqueda en internet hablan de la película inscribiéndola en el "drama familiar". Lo es. Podría entenderse también como una película de aprendizaje, si le concedemos al género la posibilidad de ser protagonizado por un personaje adulto. Pero si hay una categoría en la que participa sin lugar a dudas es el gótico. De hecho, por momentos pareciera no dejar tópico gótico sin revisar, y desde el inicio uno encuentra reminiscencias de La ciénaga de Lucrecia Martel. La película se focaliza en Karen, la hija mayor de dos hermanas adultas, ya huérfanas, que han formado cada una sus familias. Ella vive en la casa que fuera de su madre, con las cosas de su madre, y el fin de semana que establece el recorte temporal de la película recibe la visita de su hermana Jule, su marido y sus hijxs.
Toda la familia padece malestares psíquicos, relativamente normalizados entre ellos. Karen se ve acosada y por momentos poseída por el fantasma de su madre muerta, cuyo nombre desconocemos a lo largo de toda la película. A todas luces, la adultez la ha convertido en el ser frío, cruel y cínico que era su madre y ahora no hace más que comentarios y vacíos hirientes con los suyos. Alrededor del suicidio del padre de las hermana hay un tabú, por lo que nos enteramos de él ya avanzada la película y Johanna y Leon, los hijos menores de Karen, no lo sabían. Todo transcurre en una casona alejada de la ciudad, frente a un lago de orillas boscosas donde la familia tiene una pequeña cabañita para que gocen los amantes: la abuela muerta tenía allí un affaire con otra mujer, y el marido de Karen hace uso de los aposentos con la compañía de Liv, una especie de doppelganger libidinoso de Karen.
Retomo otras imágenes góticas de la película: una gallina degollada vuela a través del jardín; el hijo menor prende el lavarropas con el gato adentro; la hija adolescente se le insinúa al marido de la tía mientras su prima, hija de aquel, observa la escena desde el espejo del baño; la represión afectiva y sexual la protagonista, que mantiene una rígida expresión durante las dos horas de película, termina de armar una subjetividad que va de lo victoriano a lo transtornado; la amante del marido le ofrece una versión ominosa de las luciérnagas, según la cual los bichitos de luz son puro veneno. No es el único simbolismo que se construye alrededor de los animales en la película. Por no hablar del título de la película que se representa en la primera escena, también el marido se imagina que es una ardilla y su amante un perro que lo persigue y lo destroza; vemos que León tiene un pez que se come su cerebro hasta autodestruirse en una pecera; cuando la madre no están los chichos alimentan a una rata; en un tapper crían orugas que luego simbolizarán la transformación de la madre, etc. Según entiendo, de hecho, esta película completa la "trilogía animal" de los hermanos Zurcher, junto a The Strange Little Cat y The Girl and the Spider.
En esas tensiones especulares que se dan al interior del teatro de la familia se cuela, progresivamente, el poder concreto de lo fantasmático: imágenes invisibles que van guiando insconscientemente las acciones de los personajes y mantienen la intriga del espectador a lo largo de toda la película, con momentos álgidos pero nunca incómodos. Se agradecen, en una película tan larga, algunos cortes que se hacen en dos momentos distintos con planos detalle de la casa a modo de resumen o descarga de lo que viene narrando la cadena de secuencias. Hay también un uso de lo onírico muchas veces empalmado con imágenes sangrientas de autolesión que se fusiona magistralmente con el soundtrack electroso y efectos de sonido poderosos. Tampoco falta la poesía oscura, discursivamente concentrada en las ficciones (y no tanto) que gusta relatar Johanna.
Quizá sea el final, luminoso y destructivo, con la casa prendida fuego pero también en un plano ambiguo del espiral de la locura de Karen, lo más confuso: ¿logra atravesar el trauma para realizarse como sujeto? ¿termina de encarnando a la madre? ¿la casa de prende fuego realmente o es un sueño? Mientras celebran la fiesta de Markus, el marido de Karen y con quien evidentemente se tienen que divorciar, la cocina de llena de mariposas: las orugas han completado su proceso, ¿pero también Karen?
Otros cinevidentes a lo mejor puedan ofrecer interpretaciones más concretas y fundamentadas del final de la película. A mí, en su conjunto, me gustó bastante.