Entrada original: We, the heartbroken
El desgarro está en el corazón de toda conciencia revolucionaria. ¿Cómo podría no estarlo? ¿Quién puede imaginar otro mundo a menos que ya haya sido desgarrado por el mundo en el que estamos?
El desgarro se propaga por debajo y al lado de los asuntos menos dramáticos de la praxis militante. Una reunión aquí, una protesta allá. Algo que redactar, algo que co-financiar, una tarea que cerrar. Una declaración que firmar, una mano que sostener. Discursos. Y más discursos. Y aún más discursos. Una disputa. Una elección. Una escisión (o dos o tres) y el extraño lamento de denunciar a antiguos camaradas. Y, por supuesto, algunos discursos más.
Pero junto a todo eso, en la incesante actividad que nos mantiene a flote, siempre está el desgarro. Quizás todos sepamos que esto es de lo que estamos huyendo, algo que no debe decirse, para que no nos desmoronemos por completo. Nadie dedica el tiempo, las energías y la pura obstinación que le dedicamos a la militancia a menos que esté huyendo de algo.
A este algo lo llamo desgarro porque siento el dolor en mi pecho y la sensación de estar al borde de un abismo y la pérdida tras pérdida de los verdaderamente desconsolados. Y cuando lo siento, el dolor de mi propia vida, las pequeñas pero devastadoras pérdidas de cualquier vida, los terribles costos de nuestra humanidad, todo eso se expande para unirse a los océanos de dolor de los demás. Algunes podrían pensar en esto como una forma, una forma más expansiva, de conciencia de clase. Permítanme sugerir, solo en parte para molestar, que estar desgarrado es la verdadera conciencia de clase del capitalismo racial1.
El desgarro es el momento en que vemos nuestro dolor solo como un instante en la batalla entre la voluntad de vivir y amar y la voluntad de destruir.
El desgarro es cuando comulgamos con aquelles que han sido destrozades por la violencia estatal y entendemos que esta violencia también está destinada a nosotres.
El desgarro es cuando nos damos cuenta de que no hay remedio, ni reparación, ni vuelta atrás y nada para arreglar esto. Que venga lo que venga, estas historias y presentes de violencia no pueden corregirse. Que el destino de les descorazonades es desear algo mejor y completamente nuevo para quienes vienen después.
Porque solo nosotres, las desgarradas y los desgarrados, podemos luchar verdaderamente y anhelar un mundo donde nadie vuelva a sentirse así.

El goce de la solidaridad
El desgarro de la conciencia revolucionaria requiere una redirección hacia lo colectivo. Quizás algunes se reúnan aquí en busca de consuelo. Otros simplemente por distracción. Otras más buscando significado, una nueva búsqueda, algo que cancele su sensación de carencia. Lo que tienen en común es la comprensión, a menudo apenas articulada, de que el dolor debe dirigirse hacia afuera. Que la supervivencia, si es posible, debe ser en la unión.
Por supuesto, la gente también se protege como puede o debe. También entramos y salimos de los espacios de la automedicación, el vicio, la ira y la desesperación. Nos enamoramos y desenamoramos y nos acostamos con las personas equivocadas. Rechazamos a quienes nos nutren, acercamos a quienes nos dañan. Arruinamos las cosas una y otra vez, pero aún así, de alguna manera, nos levantamos para intentarlo una vez más.
Pero, al mismo tiempo, el desgarro adelgaza nuestra piel para que nos abramos a los demás. Las fronteras entre nosotres pueden parecer disolverse, solo momentáneamente. Tu dolor se convierte en mi dolor, se convierte en nuestro dolor, y la extensión de nosotres y los dolores que llevamos y el largo, largo camino de vuelta y las huellas a través de océanos, a través de siglos, a través de mi calle y a través de tu cocina, todo eso abruma.
Estoy inundado de todo y no puedo recordarme. Demasiado tarde para encontrarme, porque ya me he fusionado con todes ustedes.
Y en una versión de las historias más antiguas, la urgencia hacia una especie de olvido conduce a una forma de éxtasis. En sus mejores formas cotidianas, la monotonía del activismo militante se convierte en un enamoramiento y, una vez más, quedamos prendides unes de otres. A veces llegamos un poco más lejos, embelesados por el goce de perdernos. Quiénes éramos – qué identidad o qué facción, qué análisis o qué error de género, qué piel, qué dios, qué acrónimo – se desvanece ante quiénes podríamos ser juntes.
Y entonces, juntes ya ni siquiera tiene sentido, porque en el mundo que estamos soñando y construyendo, no hay un yo y un vos, solo hay nosotres. Solo nosotres para siempre. Y se siente como ninguna otra cosa en la tierra. Todavía ninguna otra cosa en la tierra.
- La autora ha escrito extensamente sobre la intersección entre raza y capitalismo. Véase Los futuros del capitalismo racial o mismo esta conferencia suya de 2023. ↩︎︎