Todos los seres humanos necesitamos vínculos de intimidad y afecto. Sin embargo, la tendencia ideológica de la “independencia personal”, la “autosuficiencia del individuo” y otras formas de atomización de los lazos sociales, han expandido la idea de que lo que sentimos debe ser tramitado en soledad y ocultado a los demás o, si se muestra, solo a la pareja.
Así, el autocontrol y el castramiento se hacen cargo del castillo psíquico del patriarcado, y ya no solo en la subjetividad masculina, sino también en todas aquellas personas que quieran competir bajo sus lógicas en los mercados socio-afectivo y amoroso. Estas ideas de independencia e individualidad traen como efecto secundario una agudización del no-goce (o el displasure, según la crítica anglófona) en soledad, lo que a su vez conlleva un aumento de la dependencia del amor romántico.
La institución pareja, de esta manera, funciona como pozo ciego de la sobre-carga afectiva que imponen los malestares tardo-capitalistas. Al mismo tiempo, tener que presentarnos en sociedad como autosuficientes viene dificultando cada vez más la construcción de vínculos de intimidad con otros. Es una lógica que se come su propia cola.
Romantic relationships matter more to men tan to women (Wahring, Simpson & Van Langeda, 2024) da cuenta que los varones buscan más pareja que las mujeres, como anticipa nítidamente el título de la investigación. Pero, ¿por qué se da esto? Es vox populi que la amistad entre mujeres y otros sujetos feminizados alcanza un mayor nivel de intimidad emocional que las relaciones afectivas entre hombres, que privilegian un abanico de gestos, emociones y demostraciones de intimidad afectiva más estrecho, aunque no por eso menos pasional. Recordemos que las pasiones masculinas propiamente dichas siempre se naturalizaron como “racionales”, como si el estándar fuera la racionalidad pasional de los varones hechos y derechos.
Es comprensible, entonces, que los varones despleguemos una mayor dependencia a las relaciones de amor, o cualquier otra que sea “la única”: en el tango, esta era la madre; bajo el mileísmo, puede ser hasta la hermana.
FORTALECER LA INTIMIDAD, LA AFECTIVIDAD Y LA TERNURA en los vínculos de amistad, familiares, comunitarios, cooperativos, militantes, etc., pues, nos permite disminuir las posibilidades de terminar dependiendo de un vínculo exclusivo. Pero también nos posibilita experimentar la soledad desde otro ángulo: no con angustia sino como una experiencia plena. La conciencia de comunidad afectiva (más que de “red poliamorosa” a lo Vasallo) puede ser una vía, de esta manera, para equilibrar nuestra (re)producción emocional y sentimental con distinto(s) cuerpo(s) afectivo(s).
Nos permite alcanzar otros niveles de profundidad íntima, si descontamos que el encuentro netamente sexual no es ni la única expresión de intimidad ni necesariamente la “jerarquizada”. Si bien la exclusividad sexuada alimenta en gran medida el hogar de fuegos psíquicos de los sujetos, esta concentración disminuye en la medida en que otros aspectos de la intimidad son atendidos a través de la experimentación mutua sobre la multiplicidad de la comunidad afectiva.
Por eso la relación de pareja no es necesariamente oponible a una vincularidad sana, sino que puede ser complementaria a los cuidados, gestos íntimos e intercambios afectivos circulantes en tal comunidad.