Algunas entradas atrás hablábamos del cambio de régimen en curso, inaugurado mediante la ejecución de distintos hitos. Partíamos de la proscripción de Cristina, por un lado, como la consagración del Poder Judicial como entidad cesarista en el Estado, y de las atribuciones que viene incorporando la Policía Federal, por otro lado, como estabilización jurídica de las dinámicas de patrullaje, persecusión y represión social (y política).
Por supuesto, no son los únicos hitos. Decíamos también que los cambios de régimen contemporáneos no se dan de un día para el otro, sino que son procesos de transformación significativa en las reglas, normas, instituciones y prácticas que organizan la relación entre el Estado y la sociedad, y en la forma en que el poder político es ejercido, dentro de un mismo modo de producción.
De esta manera, los Estados vuelven la crisis de acumulación capitalista una oportunidad para la acumulación política experimental y el disciplinamiento social. Es decir, una instancia donde la acumulación originaria, aun siendo como dicen Harvey y Federici un vector permanente del capitalismo global, cobra mayor jerarquía en las relaciones de producción.
La deriva mileísta puede ser leída en esos términos. Era vox populi en 2023, aunque los fervores electorales hoy opaquen esa verdad, que Milei era oportunidad para acelerar la agenda del capital en Argentina porque a) es un idealista, le importa más probar un punto que perpetuarse en el poder, por lo que b) es un kamikazee político que asume todos los costos del desastre y c) es fácilmente descartable una vez pasado el temblor. Por esto factores, los políticos de carrera y los partidos tradicionales podrían sostener sus posiciones de poder una vez atravesado el experimento.
Para eso contaron con su maestría de ludópatas, y no solo Caputo. Todo el arco político jugó estos dos años sus cartas anticipándose, como estrategas, al panorama de posibilidades concretas que implica la nueva gobernabilidad. Había mucho por ganar; gobernar después de Milei garantiza ciertas condiciones de acumulación política que vuelve el terreno más favorable a la inversión de capitales políticos y ganancias al menor costo posible.
las nuevas condiciones de acumulación
Por un lado, tenemos a una población reprimida / deprimida por la permanente guerra semiótica y la permanente represión de la protesta social. El modelo Milei construye una forma estado que desactiva quirúrgicamente la potencia de los sujetos oprimidos con distintos recursos: construcción de agenda regresiva en todos los medios de comunicación masiva (televisivos y digitales), pauperización económica, aniquilamiento de conquista culturales recientes, un alto costo psicofísico a la hora de exponerse a la movilización, repatriarcalización del sentido común, etc.
Por otro lado, una población hambreada es una población migajera... que se conforma con migajas. El derrumbe de los tejidos sociales, de las instituciones estatales/públicas pero también comunitarias/societales que garantizaban la reproducción de la vida, produce una subjetividad que ya no demanda más condiciones mínimas de supervivencia.
Finalmente, como consecuencia de la guerra semiótica y la precarización educativa, tenemos una población cada vez más disgregada cognitivamente. Se trata de un fenómeno paradójico del capitalismo del siglo XXI: tenemos una infraestructura comunicacional que permite una estandarización masiva y global de los sentidos comunes (internet) que sin embargo los Estados y los mercados intervienen para separar permanentemente. Así, la segmentanción de la audiencia es una estrategia milenaria (divide y reinarás) que cobra novedosas expresiones en la contemporaneidad.
Bajo el mileísmo, esto se combina con sostenidos proyectos de desalfabetización social que instauran las relaciones de mercado como única cultura posible. "Quien tenga algún mínimo de poder dentro de su entorno, que lo aproveche para imponerse sobre los demás", sería la consigna. Esto es importante porque permite que quienes capitalizan la información sean quienes tengan más poder de maniobra a la hora de erigirse como dominantes. Por eso las escuchas y el espionaje como habitus de dominio.
La suma de estos factores nos da una población políticamente desafectada, que ni siquiera se toma un domingo bianual para ir a votar.
y ahora?
Sobre este terreno, apenas esbozado, se va fermentando el descontento, ya no solo sectorial sino social. Como era de esperar, la derrota electoral en PBA inglifió una herida narcista en un poder ejecutivo al que nada parecía hacerle mella. Un presidente que solo atiende al llamado de los números, que en guarismos imaginarios basa todo su esquizofrénico sistema de representaciones, es golpeado justo ahí. Por primera vez, el domingo 7/9 a Milei se lo escucha derrotado.
Nuevamente, qué conveniente: las instituciones democráticas de este modo restauran su legimitidad en los sectores oprimidos organizados. Esta semana Kicillof estuvo de gira en Nueva York, sede del Partido Demócrata y sus operadores financieros en Wall Street. El encuentro se llamó "Democracia siempre". Las finanzas no siguen tanto el orden económico, cada vez más decrecido, sino el orden político que les permitirá invertir a futuro.
Nadie iba a invertir bajo la ola de conflictividad social que abría Milei con sus discursos y prácticas reaccionarias, porque son declaraciones de guerra de clases que tarde o temprano encuentran resistencia. Nadie, más que algunos capitales de riesgo, con proyecciones de intervenir en lo político-militar, como la runfla sionista o las startups aceleracionistas que rodean a Trump (al estilo Palantir).
Pero ahora que la aplanadora ya pasó sobre el terreno, que la actividad social empieza a ser desafiante y movida, es el momento de que los inversores políticos acumulen lo suyo, para después ordenar y contener, permitiendo algunas erupciones de mercado que reactiven la economía. En pocas palabras, es la hora del peronismo. Es la hora en la que toda la maquinaria se desengrasa y empieza a pulirse, a fabricar a los sujetos "contenciosos" con moderadas expectativas de redención del último cadalso.
A su favor, decíamos, la vara está baja, y frente a la distopía mileísta y sus ahora patéticos paladines, no es difícil ofrecer un modelo mínimo de consensos más baratos que los anteriores. Ahora ni siquiera hace falta permitir la protesta o la organización social, no hace falta siquiera que lxs jubiladxs puedan vivir sin trabajar; acaso con que la salud y la educación públicas ya reducidas tengan ciertas perspectivas de continuidad en el orden de la existencia, alcanza para la acumulación política.
Lo que queda por descubrir es si el próximo ciclo de acumulación política traerá aparejada la acumulación de capital económico. Para eso, la próxima dirigencia tendrá que dirimir cuánto o cómo redistribuye la renta de la tierra y de la producción primaria, además de reactivar la obra pública infraestructural para la circulación de mercancías. El capital no tiene otra propuesta para este suelo por fuera del extractivismo y la demografía argentina no deja de ser un lastre para esa perspectiva.
A priori, las ciudades argentinas siguen siendo un caldo de cultivo político-burocrático, donde a las industrias administrativa, comercial y del conocimiento les sobra gente. Aunque esto abarate la mano de obra, tanta población sobrante es un vector de inestabilidad social ascendente. Incluso saltando el problema de la "hegemonía imposible", la incompetencia del sector secundario ya no solo en el mercado regional, sino incluso en el mercado interno, no deja de ser un problema político-económico de primer orden para cualquier status quo que se plantee.