De sapos y culebras [ensayo]

Del corporativismo fascista a la reivindicación de Rucci.

Vuelvo de la escuela. En Altos de San Lorenzo, barrio obrero en el oeste de la ciudad de La Plata, hay unos pibes sin derecho al futuro que me piden escuchar música mientras copian. En el pizarrón hay algo sobre la Noche de los Lápices que dejó la profe anterior, antes de que entren ellos, y que me ahorra el trabajo. Les respondo que sí y les pregunto qué escuchan.

Compañero de Emiliano Nahuel establece códigos para un compañerismo entre varones jóvenes en el barrio. Si la gorra tira, tenemos que responder, dice por ejemplo. Más adelante canta Emiliano:

Por eso le pido a Diosito que me cuide y me proteja / y que me aleje de los ruchis que sapean.

No me hace falta preguntarles a los pibes qué significa ruchi en el lenguaje tumbero-popular. Hace años que lo escucho usado como sinónimo de "traidor", de "sin códigos". Está claro que hay una genealogía dialectal entre "ruchi: traidor" y "Rucci, traidor [saludos a Vandor]", la frase inmortal que apareció en las calles porteñas apenas una semana antes de que el titular de la CGT José Ignacio Rucci fuera acribillado el 25 de septiembre de 1973.

por qué "ruchi" significa traidor

Antes de su ajusticiamiento interno en la llamada Operación Traviata, con la que pagó con su vida su responsabilidad intelectual en la Masacre de Ezeiza, la trayectoria política de Rucci había sido alegorizada en Los traidores, icónico film de Raymundo Gleyser.

La película narra la historia ficticia de Barrera, un militante sindical peronista que comienza su lucha en la base obrera durante la Resistencia (post-1955) y paulatinamente se va corrompiendo a medida que asciende en la estructura de poder del sindicato, transformándose en un burócrata sindical al servicio de sus intereses personales y en pacto con el poder. El film, producido en la semiclandestinidad, funciona como una feroz radiografía crítica de la burocracia sindical peronista y la traición a la clase obrera desde sus propias cúpulas, proponiendo que la estructura corrupta que permitió estos liderazgos se mantenía intacta en 1973.

La película retrata a su protagonista con detalles que aluden a Rucci, como su bigote y el uso de un automóvil Torino blanco característico. En el contexto de los 70s, Rucci era el rostro más visible de la dirigencia sindical "ortodoxa" o de derecha peronista, confrontada por los sectores de izquierda como Montoneros y la Juventud Peronista, quienes acusaban a esta cúpula de "traidores" a la clase obrera y a Perón (a pesar de su lealtad formal al líder). Vale recordar que Perón, sin embargo, una vez que retorna al poder, agradece mucho más a su burocracia sindical que a los guerrilleros que habían hecho caer a la dictadura de Onganía.

En ese entonces los conceptos y las referencias políticas sonaban más claras, cobraban una mayor nitidez en los sujetos que las escuchaban. Quizá entonces convenga volver a pensar el concepto de burócrata sindical y sus históricos vínculos con el fascismo no-tan-marginal en Argentina. El término hace referencia a la capa de dirigentes sindicales que, según sus críticos, se alejan de las bases y de la lucha obrera, concentrando poder, enriqueciéndose y adoptando prácticas autoritarias.

Pero, ¿cómo es posible que herramientas de la clase obrera como los sindicatos hayan devenido en esto?

Para entender ese proceso, la clave está en cómo la estructura sindical fue integrada al Estado por el peronismo (a través del corporativismo) y cómo ciertas ideologías de derecha (con influencia fascista) encontraron un cauce en la cúpula gremial para ejercer el control social y político, transformando al sindicato en una herramienta burocrática y represiva.

Es un consenso historiográfico que Perón basó algunas de sus propuestas políticas en el fascismo mussoliniano. Entre ellas encontramos el corporativismo, a través del cual el fascismo italiano reemplazó la lucha de clases y el liberalismo por un "Estado Corporativo" donde el Estado integra a obreros y empresarios en "corporaciones" para "armonizar" los intereses nacionales. Esto implicó la negación de la autonomía sindical. Es por eso que el peronismo le otorgó a la Confederación General del Trabajo (CGT) y a los sindicatos el monopolio de la representación obrera (personería gremial) y un rol clave en la vida política y social (administración de obras sociales, participación en organismos estatales, etc.).

Este esquema generó una capa de dirigentes (la burocracia sindical) que, al estar protegidos por la ley y el apoyo estatal, tendieron a perpetuarse en el poder, separarse de las bases y de sus demandas genuinas y priorizar sus intereses personales y la negociación con el poder (gobierno y empresarios) por encima de los intereses revolucionarios o clasistas de la base obrera.

En lugar de ser puramente un instrumento de lucha, la burocracia se convirtió, para el Estado y las facciones de derecha del peronismo (como el sector representado por Rucci), en un mecanismo de encuadramiento y control de la clase obrera para mantener el orden social y político. Un canal óptimo para el verticalismo dentro del movimiento peronista.

En esta dinámica, otra de las influencias del corporativismo fascista de Mussolini fue el uso de escuadras paramilitares (los famosos camisas negras) para reprimir a la izquierda. En la década de 1970, la derecha peronista, incluida la burocracia sindical que se tensaba con los montoneros de la izquierda peronista, amparó grupos paraestatales como la Triple A y la CNU para reprimir y asesinar a la militancia de izquierda (Juventud Peronista, Montoneros, y sindicatos clasistas, además de todo lo que holiera a marxismo). Rucci fue un líder clave en la corriente fascista dentro del peronismo, aunque hasta ahora hayamos sido tímidos a la hora de calificarlo de fascista, porque entonces tendríamos que admitir que todo un sector del peronismo es, al menos, proto-fascista.

Hay que tener en cuenta que la CNU fue conformada inicialmente por lo que había sido la seccional platense de el Movimiento Nacional Tacuara. Como demuestra Juan Luis Besoky en su tesis doctoral La derecha peronista. Prácticas políticas y representaciones (1943-1976), la reivindicación fundamental de los filofascistas de Tacuara era el nacionalismo. Por supuesto, en su sentido del S.XX, es decir: la asociación entre los intereses de las clases capitalista y trabajadora en un interés fundamental que era el de la nación.

Aquel fue un momento álgido dentro del movimiento obrero en Argentina, ampliamente representado en el peronismo. Por un lado, los que se habían encuadrado en el Estado del General y "resistían" en las oficinas de los sindicatos estatalizados con roscas, reuniones y burocracias varias que, tal como retrata la película de Gleyser, las más de las veces implicaban traicionar las demandas de las bases en las fábricas. Por el otro, los jóvenes revolucionarios que habían crecido de gobierno militar en gobierno militar y no veían la hora de acabar con todo eso y construir la Patria Socialista por la vía jacobina. Antes del golpe militar que daría inicio a la última dictadura en el 1976, la puja era entre fascismo y revolución.

En términos cronológicos, es díficil de asociar a Rucci con las matanzas de la Triple A y la CNU, en tanto históricamente se entienden las acciones de estas últimas como una consecuencia del asesinato del primero. Sin embargo, no deja de ser necesario considerar que la estructura de poder que le daba el suyo a José Ignacio se fundamentaba en la idea de que Argentina debía constituirse como una nación dominante en el mercado global, o de mínima en la región, superando o evadiendo sus contradicciones de clase. De hecho, la incidencia universitaria de la CNU era su reivindicación de las reformas nacionalistas que había impulsado Perón en su primer mandato. Cito in extenso a Besoky:

"En un claro acto reivindicativo convocaban a retomar la ley del peronismo que, entre otras cosas, dejaba el nombramiento de los rectores en manos del Poder Ejecutivo, excluía a los estudiantes del gobierno universitario, señalaba como objetivo de la universidad “afirmar y desarrollar la conciencia nacional" y excluía la actividad política de la vida universitaria. En ese mismo volante la CNU condenaba la Reforma de 1918 que “hábilmente canalizada por Irigoyen” consiguió poner a la Universidad en sintonía con el proceso revolucionario en Rusia: “Se introducen así, los ‘soviets’ de profesores, estudiantes y graduados que, operando con sentido histórico marxista, son la base de las futuras trenzas antinacionales”.

Por eso, y aun condescendiendo a Rucci y justificándolo como un obrero apenas alfabetizado, quizá poco responsable de sus actos, no deberíamos dejar de entenderlo como expresión clave de la burocracia sindical de influencia fascista o falangista en Argentina.

En ese sentido, Rucci era un claro anticomunista En el lanzamiento de la CNU en Mar del Plata, allá por 1971, el líder de la CGT supo decir: "Nos consta que los personeros del inmundo trapo rojo, desde hace 17 años se han complicado con la reacción antipopular en el deleznable esfuerzo de evitar que los argentinos retomemos el camino de una auténtica revolución con el sentido nacional".

Tras su asesinato, muchas organizaciones de la derecha peronista, vindicatorias de la herencia hispánica y las potencias derrotadas en la Segunda Guerra Mundia, como la Alemania nazi y la Italia fascista, no tuvieron más que recibir su garantía de impunidad, expedida por Perón, para cumplir aquel cántico que venían repitiendo: "Perón, mazorca, bolches a la horca". Entre 1973 y 1976, las víctimas de ese exterminio se contaron a centenares y no perdonaron ni siquiera a adolescentes.

los ruchis que sapean

En el lenguaje tumbero-popular, "sapear" es buchonear, delatar, alinearse con la autoridad en vez de con el par. En el lenguaje político, podríamos aprovechar la palabra para definir la práctica de "tragar sapos": tolerar o aceptar situaciones desagradables o injustas sin expresar quejas ni protestas, demostrando resignación ante lo que se presenta. Una disposición que se encuentra en el germen de todo verticalismo fascista.

En nuestra última entrada, comentábamos como en el contexto actual los Estados vuelven la crisis de acumulación capitalista una oportunidad para la acumulación política (ya que no económica) y el disciplinamiento social. Hablábamos de las nuevas condiciones de acumulación para la etapa que se abre con la institución progresiva de la posdemocracia en Argentina. Una sinécdoque del proceso: en la ciudad de La Plata, al mismo tiempo que montaba un allanamiento a un Centro de Derechos Humanos que lleva el nombre de una de las víctimas de la CNU, el Estado municipal y el provincial, ambos de gestión peronista, junto a la CGT y los referentes sindicales de la provincia, homenajearon a José Ignacio Rucci rebautizando una calle con su nombre.

Hasta ahora el aparato peronista viene tratando de contener sin diluir la oposición social a este gobierno para evitar una crisis orgánica al estilo 2001. Sin embargo, la inutilidad tanto de Milei como de los estadounidenses que pretenden segundearlo, abre las posibilidad de un descontento social que se empiece a manifestar más activamente en las calles.

En un contexto de evanescencia del progresismo kirchnerista en las filas peronistas, el refuerzo de las variantes fascistas dentro del movimiento puede ser leído como la formación de anticuerpos orgánicos a una potencialmente mayor resistencia al fondo y más abajo de sus estructuras. Sobre todo, en un contexto en que el peronismo que se viene se embandera mucho más con la gestión y las oficinas del Estado que con las luchas populares que, en los últimos lustros, no se ha cansado de reprimir desde los gobiernos provinciales.

Lo más probable es que esta sociedad disciplinada que pretende el peronismo burocrático tenga que ver con reofertar la fuerza de trabajo argentina en el mercado global, aunque más no sea para jugar a dos puntas con EEUU y China. Sobre todo teniendo en cuenta el auge del segundo, se trata de imponer el orden tras el caos mileísta para impulsar, si la economía global lo permite, una serie de inversiones infraestructurales que permitan la estabilidad económica prometida por el sino-keynesianismo.

memento mori!